martes, 29 de noviembre de 2011

Hermanita

Todo en mi vida había sido completamente normal hasta aquel día. Normal hasta rozar lo aburrido, lo rutinario. Pero nunca me había importado. Hasta ahora.
En este mismo instante desearía haber hecho algo para evitar lo que ocurrió entonces.
Aquel horrible día que había empezado como tantos otros, pero que había acabado siendo el peor de cuantos había vivido.
Porque ese día comenzó todo.
Lo primero que recuerdo fue que, mientras estaba en el instituto, mi madre llamó para decir que tenía que ausentarme.
Al parecer, mi hermana pequeña no tenía colegio y la habían avisado en el último momento. Así que no tenía más remedio que llevarme a mí a casa para cuidarla. No era que a mí me importara (mejor si me perdía clase, por supuesto) pero la idea de tener que cargar con mi hermanita de cuatro años en plena etapa pesada el resto de la mañana no me alegraba lo más mínimo.
Además, tenía un mal presentimiento.
No le di mucha importancia, pero a partir de aquel día cada vez que tengo uno, le presto toda mi atención, porque aquel día no lo hice. Y todos los errores que cometí se me han quedado para siempre en la memoria.
Por su expresión, pareció que a mi madre no le hizo mucha gracia llevarme, seguramente porque no le debía parecer bien que me perdiera clase, y se sentía culpable. Me dejó en el portal.
- Por cierto- me dijo antes de que cerrara la puerta- cierra la puerta con llave, cuida de María, parece que hoy estaba más activa que de costumbre y se ha enfadado cuando la he dejado sola hace un rato, por mucho que le dije que ibas a venir tú.
Asentí con la cabeza, sin prestar mucha atención a sus palabras.
Notando como el mal presentimiento ardía en mi cabeza, saqué lo más rápido que pude las llaves del portal y subí a toda velocidad las escaleras, con el temor asomando a mi garganta.
¿Qué me pasaba? ¿Por qué aquel miedo, aquella necesidad de encontrar a mi hermana pequeña? ¿Acaso le hubiera podido pasar algo?
Abrí la puerta de mi casa con mucha brusquedad y me apresuré a buscar a la niña de cuatro años.
"Cuatro años y sola en casa" pensé "Esto no debería haberse hecho".
Salí disparada hacia su habitación, que era donde se suponía que tenía que estar, pero, para mi desesperación, no la encontré.
Miré en el baño, en el cuarto de mis padres, incluso en el mío propio, pero no la encontraba.
Seguí buscando, tremendamente alterada y profundamente preocupada, por toda la casa
Hasta que abrí la puerta de la cocina.
Nunca olvidaré esa escena, porque se quedó grabada en mi cabeza tan nítidamente que aún hoy es como si la viera, como si la tuviera justo delante de mis ojos.
Mi hermana estaba sentada en el suelo, frente a mí, pero no parecía percatarse de mi presencia. Tenía los ojos totalmente ausentes, y miraba sin mucha atención un cuchillo ensangrentado que tenía en su manita.
Solté una exclamación de horror cuando vi que la sangre del cuchillo pertenecía a un pequeño bulto peludo que yacía en el suelo, junto a María.
Corrí hacia ella y le arrebaté el cuchillo de la mano, con urgencia.
- ¿¡Se puede saber qué has hecho!?- le chillé, horrorizada.
Ella no dijo nada. Simplemente se me quedó mirando con ojos ausentes.
Miré el bulto ensangrentado que había a su lado, sobrecogida. Parecía un ratón, pero estaba tan lleno de cortes que no lo habría podido afirmar con exactitud.
De pronto, mi hermana pareció despertar del trance.
- Hola, hermanita- dijo con esa voz tan aguda e infantil que tenía. Sonrió, entornando los ojos, visiblemente feliz.
Aún temblando de pánico, alcé a María y la subí a la mesa de la cocina.
- María… ¿qué estabas haciendo?
Mi hermana ladeó la cabeza, sin comprender.
- Jugar.
Empecé a hiperventilar de puro nerviosismo.
¿Mi hermana había matado… había acuchillado a aquel animal? ¿Era consciente de lo que hacía? ¿Qué debía hacer yo?
- ¿Le has hecho tú eso?- mi voz tembló al pronunciar la pregunta, mientras lo señalaba, sin mirarlo.
La mirada de mi hermana se posó en el bulto peludo, y su expresión cambió de alegre a enfadada. Luego se tornó sombría, cosa que contrastaba totalmente con su carita de niña pequeña.
- No quería jugar conmigo- musitó, mirando al ratón acuchillado.
- ¿¡Y por eso lo mataste!? ¡Dios mío María, pero qué has hecho!- seguí chillando yo.
Me puse a dar vueltas por la habitación, histérica.
- Estaba jugando- repitió mi hermana pequeña, pero su voz sonó muy lejos en mi cabeza.
Seguí reflexionando.
Aquello no se lo podía decir a mis padres. No lo creerían, o, lo que es peor, si lo hacían mandarían a María a un manicomio, o sabe Dios qué sitio horrible.
Y no le podían hacer eso. Era una niña pequeña, por el amor de Dios.
Paré de dar vueltas y me puse cara a cara con mi hermana.
Le puse las manos en los hombros.
- María, este será nuestro secreto ¿de acuerdo? Lo del ratón, el cuchillo y la sangre- tragué saliva al ver la cara de impasibilidad de la niña- y no quiero que lo vuelvas a hacer nunca, nunca más, ¿entendido?
Coloqué ambas manos alrededor de su cara, haciendo que se le marcaran las mejillas, para recordar que seguía siendo mi hermanita. Asintió lentamente, aún sonriente.
Acto seguido, metí al ratón muerto en una bolsa de basura, junto con el cuchillo y el vestido que llevaba mi hermana, que también estaba ensangrentado.
Ya inventaría alguna excusa para justificar su desaparición.
Después de bajar a tirar la bolsa al contenedor que estaba al lado de mi portal, subí rápidamente (con miedo de que mi hermana hiciera otra barbaridad semejante) y fregué enérgicamente los restos de sangre, después de darle otro vestido a mi hermana para que se lo pusiera.
Luego tiré el agua de fregar al desagüe y lavé concienzudamente la fregona.
No dejé ni una sola pista.
Desde aquel día, todo empezó a cambiar. A ido a peor, pero a mucho peor. Mi hermana ha cometido muchos delitos, asesinatos, crímenes, como queráis llamarlos.
Ha matado a gente. La ha matado de verdad.
¿Cómo imaginarse que una niña tan pequeña, podría llegar a ser alguien así? ¿Cómo pararlo? ¿Cómo recuperar a tu hermanita?
Y nadie me cree. Nadie. No se cómo lo hace María, siempre que mata a alguien, se lo oculta a todo el mundo, menos a mí.
A mí me lo muestra siempre. Para que esas imágenes se me queden grabadas a fuego en la mente. Para que sufra por el dolor que ella está causando.
A los demás se lo oculta. Oh, sí, se lo oculta muy bien. Nadie desconfía de ella. Sigue pareciendo tan joven, a sus dieciocho años, tan inocente…
Pero yo se que no es verdad. Yo se que por dentro es malvada, que tiene ansias de sangre, más que cualquier otra persona.
Al principio la había intentado ayudar. Cada vez que venía a contármelo, parecía arrepentida, y yo la consolaba, la animaba a cambiar, a reformarse. Al fin y al cabo era mi hermana, y la quería. La quería muchísimo, porque el amor fraternal es algo que no desaparece nunca, se haga lo que se haga.
Pero al cabo de un tiempo había dejado de arrepentirse. Decía que era parte de su forma de ser, que no iba a ir en contra de su naturaleza. Todos los días discutíamos y, aún así, al día siguiente volvía a presentarse en mi casa como si nada hubiese pasado, para contarme otra de sus atrocidades.
Y no paro de preguntarme por qué aquel día, aquel fatídico día, les oculté lo del ratón a mis padres. A lo mejor, si la hubiesen visto, si me hubiesen creído, si hubiesen tenido pruebas… hubiesen mandado a María a un especialista, y habrían salvado su alma.
Ahora su alma no tiene remedio. Ya no. La ha condenado a base de muertes.
Mataba a gente que no quería complacerla. Mataba a gente que ni siquiera conocía, pero parecía molestarla. Mataba a gente cuando se aburría.
No tenía control. Parecía disfrutar haciendo que el corazón de una persona dejase de palpitar.
Y entonces, cuando cometía un asesinato, venía corriendo a decírmelo, a confesármelo, con una sonrisa maliciosa en los labios.
Como, cuando tenía cuatro o cinco años, me traía orgullosa los dibujos que había hecho.
Para ella siempre he sido su confidente, su querida hermana.
Cuanto me hubiese gustado no serlo. Cuanto me hubiese gustado que no me lo contara todo.
Y ahora estoy aquí, encerrada en este sitio tan oscuro, sin nadie que me crea.
Sin ventanas, con las paredes más blancas que hubiese podido imaginar.
Parecía que los pensamientos no podían salir de aquel cuarto, que no había un mundo exterior esperando por mí.
Por las pocas visitas que recibía, parecía que ni mi madre se atrevía a estar cerca de mí. Ni mis amigos, ni mi familia venían a verme y eso me destrozaba por dentro y hacía que tuviera que gritar. Simplemente gritar.
Mientras tanto, ella era la más querida, era admirada por todos por su bellezay su bondad.
Yo escupía en su bondad.
Lo único importante es que ella era culpable y estaba ahí fuera y yo era inocente y estaba aquí dentro.
Y todo por su culpa.
Me ha arrebatado mi vida, como si fuese la vida de una de las personas a las que ha acuchillado, sin piedad, sin compasión.
Y decía que me quería. Desde aquel día no había parado de llamarme “hermanita”, y parecía hasta que había dulzura en su voz.
Todo mentira, Muchas mentiras que se encadenaban unas a otras formando un embuste horrible, que hacía que me ardiera de dolor el corazón.
En ese momento, oí unos golpes en la puerta. Miré instintivamente hacia el cacho de madera a través del que iba a entrar alguien al que conocía muy bien. Venía todos los días, a llevarme hacia el sufrimiento, una y otra vez.
- Carol, es hora de la terapia- anunció el hombre, con esa sonrisa tan falsa, que yo tanto odiaba.
- Es todo por su culpa- musité, con voz temblorosa.
- No empieces otra vez, Carol. Sabes perfectamente que tu hermana no es una asesina- dijo avanzando hacia mí, con intención de llevarme a la fuerza.
Me acurruqué lo más alejada que pude de él.
- ¡Sí que lo es!- le chillé, con los ojos desorbitados- ¡Mató a todas esas personas! ¡Yo lo vi! ¡Ella me lo mostró!
- Carol, tu hermana es una buena persona, y te quiere mucho. Te viene a visitar cada semana, ¿recuerdas? Te quiere, y está preocupada por ti.
- ¡Mentiras! ¡Todo mentiras! Y farsas… ¡para parecer inocente, buena! ¡Para que nadie me crea y me quede aquí para siempre, mientras ella vive su vida acabando con la de otras personas!- me desgañité.
- No voy a discutir más, Carol, te llevo a la terapia- sentenció él, y me cogió por la fuerza con aquellos brazos musculosos que yo tanto detestaba.
Yo no podía hacer nada para zafarme, puesto que la camisa que llevaba me inmovilizaba los brazos, así que me dejé llevar, con las lágrimas resbalando por mis mejillas.
Y, cuando salimos de mi habitación, allí estaba. Sus ojos castaños me miraban directamente, con sorna, divertidos. Su postura despreocupada, o quizá su mera presencia, hizo que perdiera los estribos.
- ¡Fuera! ¡Lárgate de aquí!- grité con todas mis fuerzas, intentando retroceder de nuevo- ¡Fuera! ¡Fuera…!
No pude decir nada más. De repente, un pinchazo en el cuello, y todo se volvió borroso. Me desplomé en el suelo, inconsciente.



0 comentarios:

Publicar un comentario

Twitter Delicious Facebook Digg Stumbleupon Favorites More

 
Design by Free WordPress Themes | Bloggerized by Lasantha - Premium Blogger Themes | Design Blog, Make Online Money